Se ha desatado un debate muy interesante entre el lameguevos ciro gomez leyva y don EPIGMENIO IBARRA; todo comenzó con este articulo de don EPIGMENIO:
Y SI CALDERON NO TERMINA SU MANDATO?
¿Qué pasaría? ¿Colapsaría el país? ¿Se hundirían los mercados? ¿Reinarán la zozobra y el caos? ¿Habría en las calles más decapitados, más inseguridad, más violencia? ¿Serían las cosas todavía peor que ahora? ¿Qué pasaría, digo, es un decir como decía César Vallejo de España en esos tiempos aciagos de la guerra civil, si cae Calderón? Si en un arranque de sensatez, dirían unos, de honestidad, dirían otros, de locura o cobardía dirían quizás los más, Felipe Calderón decide que, en efecto, ni puede más, ni conviene al país que pueda más, ya que no tiene ni los arrestos ni la legitimidad, el espacio, el control suficiente y necesario para reunir el consenso que el país demanda para salir adelante. ¿Qué pasaría, digo, si este hombre que hoy está sentado “haiga sido como haiga sido” en la silla se hace a un lado?
No comparto la inquietud, la santa indignación de aquellos que creen que hablar de esta sola posibilidad; que Felipe Calderón no termine su mandato, es una especie de sacrilegio institucional, una invocación al caos, el desorden y la locura. Tampoco comparto el miedo histérico y además infundado a conjuras subversivas que esas mismas buenas conciencias expresan, inflamados de una aparente sobriedad o de patriotismo y buenas maneras, en la prensa escrita. No veo, para ser francos y he respirado la insurgencia desde cerca, en el EPR los tamaños para derrocar al gobierno. Le faltan base social, arrojo, fuerza militar y sobre todo doctrina y convicción. Lo suyo, fieles a “la guerra popular prolongada” –de ahí que no haya habido más incursiones guerrilleras- es la sobrevivencia; la preservación de sus propias fuerzas sobre todo.
A López Obrador y su movimiento, por otro lado, y pese a lo mucho que se le quiere echar encima, el arrojo que pudiera bastarle para el esfuerzo insurgente, está lastrado por la institucionalidad que le sobra. No hay manifestación o mitin en que AMLO no insista –pese al esfuerzo por desvirtuar sus palabras- en el espíritu pacifico de sus movilizaciones. Se toma el Zócalo, sí, pero de 9 a 10 y luego lo cede a su adversario. Es preciso reconocer que la guerra sucia contra él no ha cesado y que sus efectos parecen haber permeado incluso entre los más lucidos. Hoy más que nunca, por la debilidad extrema de Calderón, resulta, para muchos que olvidan aquella máxima de Reyes Heroles: “lo que resiste apoya”; que López Obrador, pese a lo que diga en sentido contario y a su insistencia en los métodos de resistencia pacifica, es “un peligro para México”.
Tampoco se avizora la posibilidad siquiera de una asonada parlamentaria. Ya los partidos miran sólo las elecciones que se avecinan. A Calderón los unos, en el PRI, que lo han apoyado en tanto que lo utilizan para preparar su regreso y los otros que los han denostado, en el PRD y los otros partidos del FAP, en tanto que se desgarran en sus pugnas internas, están dispuestos a tolerarlo para sacar raja política de su eventual descrédito. Desdeñan las habilidades mediáticas del régimen. Ciegos y soberbios hacen menos su rating, construido, claro, con el dispendio incontrolado de recursos públicos. Ni hablar pues de, por lo menos, un voto de censura. Menos todavía de referéndum revocatorio.
Por eso insisto y lanzo la pregunta a los amigos lectores, a los colegas como Ciro Gómez Leyva que tanto han hablado del asunto, que han señalado con dedo flamígero las intentonas golpistas, que, más que eso, debo decirlo, me parecen puros arrebatos retóricos: ¿Qué pasaría en este país, digo, es un decir y a estas alturas de la historia si el Presidente en turno, uno que está en el poder luego de unas elecciones evidentemente turbias y que con apenas un muy estrecho margen, no del todo claro como lo sostiene en su libro José Antonio Crespo, derrotó a su adversario, no termina su mandato?
Yo no creo que los votos y más aun cuando no está claro que hayan sido los suficientes, ni sean tan limpios como se dice, sean un cheque en blanco para los gobernantes. Estoy convencido de que la democracia no es una fatalidad con la que debemos cargar pese a todo y que los periodos para los que un mandatario es elegido están sujetos al cumplimiento efectivo de sus funciones. Al contrario; la democracia, si queremos que sea real, se valida día a día. Nada se cae, nada se derrumba si, gracias a un proceso de rendición de cuentas, se revoca un mandato. Ya lo dijo, refiriéndose al punzante asunto de la seguridad, Fernando Martí: “Si no pueden renuncien”.
Quizás, digo quizás, sea esa la noticia que el país necesita; porque necesitamos con urgencia una bocanada de aire fresco. Quizás si Calderón renuncia, digo, es un decir, muy otro habrá de ser su lugar en la historia.
Publicado por Epigmenio Ibarra A lo que ciro comez mierda respondio:
Por ser uno de “los colegas que han señalado con dedo flamígero las intentonas golpistas”, Epigmenio Ibarra me pregunta en su columna del viernes ¿qué pasaría en México si Felipe Calderón no terminara su mandato?
No lo sé, Epigmenio. No me dedico a la prospectiva, ni a la ciencia ficción ni a profetizar calamidades. Tampoco a la propaganda.
Lo que a estas alturas sí conozco bien es el lloriqueo marrullero del pueblo bueno lopezobradorista, sus voces y plumas. Ellos se inventaron este cuento del derrocamiento. Ellos. Sólo ellos. No se requiere del Cisen para saberlo. Basta leerlos y escucharlos con un poco de atención, algo que debo hacer todos los días.
Con López Obrador siempre marcando la vanguardia, llevan meses hablando de la resistencia civil “pacífica” que tomará “pacíficamente” aeropuertos, carreteras, etcétera, si “violentamente” los legisladores deciden legislar; meses advirtiendo que llegarán “pacíficamente” a las últimas consecuencias si no ocurre esto, si no se da aquello. Hace unas semanas, dos o tres de ellos dijeron que era hora de derrocar a Calderón y que faltaba poco ya para que los tercos hechos acabaran con su gobierno.
Ni hablar, vivimos días en que por hacer una relación periodística, uno se convierte en un fusilero de la “guerra sucia” contra el “líder de los humillados”; en una pluma más, en una voz más de la siniestra conspiración de las fuerzas corruptoras contra el pueblo bueno. Ni hablar, con esas fichas se debe jugar esta partida.
Ellos amenazan, insultan y después se ofenden porque alguien recuperó sus palabras, las juntó y trató de interpretarlas, sin darse cuenta que, como explica Epigmenio, eran “puros arrebatos retóricos”.
A lo que don EPIGMENIO IBARRA respondio:
Estimado Ciro:
Como, mucho me temo, asuntos más graves, habrán de ocupar nuestra atención en los próximos días y ante la imposibilidad entonces de hacer uso de mi espacio de los viernes en Milenio para responderte, quisiera compartir contigo y con nuestros lectores, por medio de esta carta, algunas reflexiones sobre tu artículo del pasado martes titulado “No lo sé, Epigmenio”.
Dices que no te dedicas a la prospección, ni a la ciencia ficción, ni a profetizar calamidades y agregas “tampoco a la propaganda”, sin embargo, de inmediato te lanzas por ese sendero, el del discurso propagandístico, cuando dices que conoces bien y cito: “el lloriqueo marrullero del pueblo bueno lopezobradorista, sus voces y plumas”.
A eso me refería Ciro cuando hablaba del “dedo flamígero”. A esa tendencia, tan en boga en nuestros días, a sustituir el debate por la descalificación. A esa costumbre de colgar, a cualquiera que se atreva a mantener vigente su inconformidad con el proceso electoral del 2006, el sambenito de lopezobradorista, sinónimo, en esa misma jerga, de intolerante, violento, intransigente y resentido. Nada más nos falta y como en los tiempos de la Santa Inquisición, ser condenados a la hoguera por “diminutos y relapsos” en tanto que no podemos entender el dogma de fe de la legitimidad de Felipe Calderón.
Lo mío –que por cierto ni soy parte de “sus plumas” ni pertenezco tampoco al “pueblo bueno”- no son, de ninguna manera, lloriqueos. Mantengo una posición y expongo mis razones para hacerlo. En la democracia, desde mi punto de vista, no caben ni la amnesia, ni la resignación. Es un derecho y una obligación ciudadana –que no se extingue ni con el tiempo, ni con la propaganda- inconformarse con los resultados de un proceso electoral en el que intervinieron ilegalmente el entonces Presidente de la República, Vicente Fox y los poderes fácticos.
En cualquier otro país y dada la mínima distancia final entre los dos candidatos punteros, lo más razonable, lo más sano para la democracia y sus instituciones hubiera sido –habida cuenta de que esa intervención flagrante pudo torcer la volunta popular- un recuento “voto por voto”. Esto, que hubiera limpiado la elección, desgraciadamente no se produjo.
Hay pues Ciro –para muchos millones de mexicanos como yo- un muy razonable margen de duda y habemos en consecuencia quienes, sin lloriquear, consideramos que entre los muchos males que nos aquejan está precisamente el de carecer, como carecemos y los hechos lo demuestran, de un gobierno con la legitimidad necesaria y suficiente para generar el consenso que México, en esta hora grave, demanda.
No te considero un “fusilero de la guerra sucia”. Cuestiono, eso sí, el análisis que haces sobre los supuestos intentos “golpistas” y sobre todo, de la viabilidad de los mismos a manos de un movimiento político al que si bien no le faltan razones le sobra –y los hechos lo demuestran- institucionalidad. Nunca he escuchado nada que vaya más allá de un programa de resistencia civil pacifica. Entendiendo claro, de eso se trata, que resistir –un derecho ciudadano- es poner coto a la acción del gobierno.
Tanta insistencia tuya en el “cuento del derrocamiento”, puede, mucho me temo, además de representar una falla de puntería analítica y una especulación apocalíptica de esa que dices que no haces, alentar el linchamiento y la persecución de la que tu mismo te dices víctima.
Que Calderón no termine su mandato, es, como en cualquier régimen democrático y más todavía en nuestras circunstancias, algo posible y quizás, incluso, algo deseable. Me pregunté, te pregunté que pasaría si eso sucediera. El país se hunde Ciro, creo que en eso estaremos de acuerdo. Hay un pensamiento de Miguel de Unamuno, el mismo que dijo a los franquistas: “venceréis pero no convenceréis”; que, a propósito de la magnitud de los retos que como nación enfrentamos, ronda con frecuencia en mi cabeza: “De escultores y no de sastres es la tarea”.
Lloriquear, termino con esto Ciro y perdona que insista, no es lo mío. Llorar sí; de dolor, de rabia, de impotencia como lloran hoy muchos otros mexicanos ante la patria rota.
Epigmenio Ibarra
Alo que cirito dice:
¿Lloriqueos, Ciro? (Primera de dos partes)
Jueves, 18 Septiembre, 2008 Recibí esta carta de Epigmenio Ibarra en respuesta al texto que publiqué el martes. La reproduzco en dos partes:
Estimado Ciro: Como, mucho me temo, asuntos más graves, habrán de ocupar nuestra atención en los próximos días y ante la imposibilidad entonces de hacer uso de mi espacio de los viernes en MILENIO para responderte, quisiera compartir contigo y con nuestros lectores, por medio de esta carta, algunas reflexiones sobre tu artículo del pasado martes titulado “No lo sé, Epigmenio”.
Dices que no te dedicas a la prospección, ni a la ciencia ficción, ni a profetizar calamidades y agregas “tampoco a la propaganda”, sin embargo, de inmediato te lanzas por ese sendero, el del discurso propagandístico, cuando dices que conoces bien y cito: “el lloriqueo marrullero del pueblo bueno lopezobradorista, sus voces y plumas”.
A eso me refería Ciro cuando hablaba del “dedo flamígero”. A esa tendencia, tan en boga en nuestros días, a sustituir el debate por la descalificación. A esa costumbre de colgar, a cualquiera que se atreva a mantener vigente su inconformidad con el proceso electoral del 2006, el sambenito de lopezobradorista, sinónimo, en esa misma jerga, de intolerante, violento, intransigente y resentido. Nada más nos falta y como en los tiempos de la Santa Inquisición, ser condenados a la hoguera por “diminutos y relapsos” en tanto que no podemos entender el dogma de fe de la legitimidad de Felipe Calderón.
Lo mío –que por cierto ni soy parte de “sus plumas” ni pertenezco tampoco al “pueblo bueno”- no son, de ninguna manera, lloriqueos. Mantengo una posición y expongo mis razones para hacerlo. En la democracia, desde mi punto de vista, no caben ni la amnesia, ni la resignación. Es un derecho y una obligación ciudadana –que no se extingue ni con el tiempo, ni con la propaganda- inconformarse con los resultados de un proceso electoral en el que intervinieron ilegalmente el entonces Presidente de la República, Vicente Fox y los poderes fácticos.
En cualquier otro país y dada la mínima distancia final entre los dos candidatos punteros, lo más razonable, lo más sano para la democracia y sus instituciones hubiera sido –habida cuenta de que esa intervención flagrante pudo torcer la volunta popular- un recuento “voto por voto”. Esto, que hubiera limpiado la elección, desgraciadamente no se produjo.
gomezleyva@milenio.com A ver que respuesta tiene este hijo de su calderonica madre stay tuned.