Al único soldado que encontré antes de entrar a la morgue le pregunté que cuál había sido la experiencia más dura que le había tocado presenciar. “Esta que tengo ahora, la de cuidar tanto muerto tan desmembrado”, me contestó.
Por la morgue de Quito la gente camina despacio entre pasillos angostos, llorando. Hay miedo, desesperanza y pestilencia. Entre los muertos del día a día quiteño, se confunden los cuerpos de 23 personas asesinadas por el Ejército de Colombia hace más de una semana. La mayoría se van pudriendo aquí como despojos a los que casi nadie se interesa en reconocer.
Son cadáveres ennegrecidos y en descomposición, de muchachos entre 20 y 40 años en promedio. La mayoría traían puesta ropa interior al momento de morir, aunque hay algunos que llevan su uniforme guerrillero y por ahí les queda algún logo descosido de las FARC.
Dieciocho cadáveres son de hombres y cinco de mujeres. Sus cuerpos tienen marcas desgarradoras y profundas en espaldas, piernas y muslos. Un médico forense me dice que son esquirlas de bombas de racimo que quedan enterradas en la piel a una pulgada o más de profundidad. Varios quedaron con el rostro deformado en su totalidad. Aunque alguien quisiera identificarlos con la vista, sería imposible. Ya casi no hay nada humano en sus caras. La mayoría de ellos tendrán que irse pronto a la fosa común. Aquí no hay espacio para tantos muertos.
Lo que se ve en la morgue de Quito es una exhibición atroz de lo que les puede sucede a unos hombres que deciden jugar al margen de las reglas del juego. La forma en que están acomodados tantos cadáveres parece la exhibición de lo que puede lograr la prepotencia de las armas. De acuerdo con el gobierno de Ecuador, la aviación de Colombia utilizó bombas de racimo. Este tipo de artefactos suelen pesar entre 1.3 toneladas y cada uno contiene 2 mil 200 flechas metálicas.
Son armas muy efectivas para lo que fueron creadas: aniquilar, arrasar al enemigo.
Una de estas bombas, según se ha determinado en el departamento médico legal de esta ciudad, fue la que les cayó justo encima mientras dormían, a Juan González del Castillo, Fernando Franco y Soren Ulises Avilés, el tercer mexicano en ser reconocido oficialmente ayer como víctima del bombardeo colombiano al campamento guerrillero que se encontraba en territorio de Ecuador.
De los tres mexicanos, quienes no vestían ropa militar, sino jeans y camisetas color azul, solamente el cuerpo de Fernando Franco pudo ser identificado por su padre, quien ingresó a la morgue y reconoció la estructura dental de su hijo. En el caso de los otros dos universitarios ni siquiera era posible que sus familiares identificaran las dentaduras. Las huellas dactilares eran lo único que podía ser usado para saber si los restos eran o no de sus familiares. Por consejo, casi suplica, de las autoridades de la morgue, los padres de Juan y Soren, no entraron a los cuartos fríos.
De acuerdo con las autopsias, ninguno de los tres mexicanos tiene heridas de bala que pudieran haber sido provocadas directamente por los soldados colombianos, quienes después de lanzar las bombas, “barrieron” la zona con metralleta desde un helicóptero y, según testimonios de las mujeres sobrevivientes, bajaron aún después a rematar a corta distancia algunos de los guerrilleros que habían quedado malheridos.
A Soren Ulises Avilés, además de la onda expansiva de la bomba, le cayó un enorme tronco de la selva en la cabeza. Marcelo Jacome, el Jefe de la Morgue me explicó que una vez que cae la bomba, se produce la onda que atraviesa cualquier cosa que esté alrededor. Se produce, me decía el médico, una energía que atraviesa el cuerpo destruyendo corazón, hígado, vísceras y la mayoría de los órganos. Y eso incluye también la modificación de la naturaleza alrededor. Árboles enormes caen como plumas de ganso. Todo a la redonda es destruido.
Y a esas armas que acabaron con la vida de las personas que están aquí pudriéndose en la morgue de Quito, algunos militares del gobierno de Colombia, las han llamado “bombas inteligentes”.
No es broma.
Un vil asesinato es lo que realizaron los colombianos con los mexicanos en ecuador aunque digan lo que quieran; y el gobierno mexicano sigue sin decir esta boca es mia, cuando su obligación es defender a sus ciudadanos. Pero que se puede esperar de unos cerdos asquerosos que se roban elecciones. Realmente nada.
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