Quienes conocen a Álvaro Uribe Vélez desde que comenzó a dar los primeros pasos en la política, aseguran que ya por entonces su decisión de terminar con la guerrilla por la vía armada ya poblaba su discurso, cuando era alcalde de Medellín, durante la primera mitad de la década de los 80. Pero la cosa en el hoy presidente colombiano no se quedaría en discurso nada más. Su larga carrera política, realizada peldaño a peldaño hasta llegar al Palacio de Nariño, y el destino familiar, lo fueron llevando a transformar la palabra en hechos.
Su padre, Alberto Uribe, hacendado y dirigente del Partido Liberal, había sido asesinado en 1983 al igual que tantos colombianos. Para algunos, a don Alberto lo mató su relación con grupos narcotraficantes —de hecho, fue amigo de don Fabio Escobar, padre de Pablo, el líder del cártel de Medellín—; para otros, fueron las FARC en su finca de Gacharacas cuando intentaron secuestrarlo. Lo cierto es que la muerte de su padre fue una dolorosa marca para el entonces concejal por Medellín.
Desde entonces Uribe no paró de ascender en el mundo de la política. Alcalde, concejal, senador y gobernador por Antioquia, fueron los cargos por elección a los que había llegado antes de convertirse en presidente en 2002. Previamente había fungido como funcionario en el Ministerio de Trabajo en 1976 y como director de Aeronáutica Civil (80 a 82). De ese último cargo le sobreviven algunas denuncias de presunta concesión de permisos de vuelo a narcotraficantes, lo que él mismo desmintió una y otra vez.
Abogado con posgrados en Harvard, Uribe Vélez tiene varias particularidades que siguen siendo sus mejores aliadas a la hora de hacer política o manejar los asuntos de Estado. Es un hombre que cumple su palabra y sabe conseguir lo que se propone. En sus días como gobernador de Antioquia impulsó la creación de las cooperativas de seguridad, Convivir, y la inseguridad en ese departamento había disminuido como nunca antes desde la época conocida como “de la violencia”. Con su llegada a la presidencia —resultado en parte del fracaso de las negociaciones de paz durante la administración Pastrana—, inició su política democrática de seguridad, la que obligó al mayor retroceso de la guerrilla desde su aparición en 1964.
Firme en su creencias y decidido a llevar adelante su proyecto aun cuando eso pueda originar una grave crisis regional, como el reciente ataque al campamento de Raúl Reyes en Ecuador, Uribe es sin duda el político más popular de los mandatarios colombianos surgidos tras el Pacto de Benidorm (1956).
Poco le importan las críticas o las acusaciones en cuanto al poco cuidado de los derechos humanos y la forma en la que cerró el acuerdo de paz con los paramilitares. Su popularidad quedó demostrada en su reelección, en 2006; y ahora, cuando a su alrededor se habla de un nuevo galimatías constitucional para acceder a otro mandato de cuatro años “y así terminar la tarea comenzada”. Eso lo dejan trascender algunos de sus acólitos y lo respalda el 83% de popularidad que ostenta en las encuestas.
Por estos días se siente más cerca de conseguir aquello que se había impuesto cuando era un simple concejal en Medellín: acabar con las FARC por la vía de las armas. Aun cuando para conseguirlo no haya que lidiar sólo en el campo de batalla, sino también en los foros diplomáticos y políticos, como lo hizo en estas últimas semanas.
Es increíble la abyección del universal para con el asesino uribe velez ya nomas falta que la aplaudan por asesinar mexicanos ( bueno de hecho ya le aplaudieron) que poca madre de un pasquin que se dice lider de opinión en mexico.
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